jueves, 3 de julio de 2008

SADIA SILU

Adán Torres

Vivía entonces en el kilómetro ocho carretera sur y por mi corta edad, se me hacía dificil viajar a Managua, mejor dicho, conseguir el permiso de mi madre para quedarme a dormir en casa de mis buenos amigos y compañeros de colegio, Luis Felipe, Norman y Pedro Rubén Corea; quiénes tenían su casa de habitación ubicada, esquina opuesta del Palacio de la Suerte o Lotería Nacional. En la misma casa, el abuelo de ellos tenía aquella famosa escuela de mecanografía llamada "Siempre Adelante", escuela a la que asistían hombres y mujeres de todas partes de la República.
Nos alistamos entonces de saco y corbata; me apliqué en ese entonces mi perfume predilecto "para un hombre" y como el Club Managua quedaba relativamente cerca, nos fuimos caminando por la acera del teatro Salazar, que después se le asignó el nombre de Alcazar, sobre la misma calle del Parque Candelaria.
Esa noche, una caricia de viento húmedo recogía la frescura del lago Xolotlán y se colaba intruso por las calles de nuestra bella Managua.
Pagamos en la puerta como a las ocho de la noche y entramos a un salón iluminado por unos candelabros preciosos, adornando la sala unas jóvenes sumamente bellas. Y asediadas, lógico, por galantes jóvenes que les pedían con incertidumbre el próximo set, a aquellas encantadoras y sonrientes damitas.
Compré en el bar una Coca Cola y me senté lo más próximo a la orquesta, pues siempre me ha gustado observar de cerca el profesionalismo de los músicos nicaragüenses.
Como a las diez y media de la noche se acercó Pedro Rubén apresuradamente y me dijo sumamente emocionado:
"Caballón" (así me decían cariñosamente mis compañeros de colegio)
¿A que no sabés quién va a cantar ahorita mismo?
No sé, le respondí. ¿Quién?
"Sadia Silú, ahí viene"... . ¡Mirála!.. . ¡Qué bella és!
Efectivamente, la mujer era bella; vestía un traje de noche ceñido a su cuerpo blanco, como los ríos de leche y miel de Juigalpa, Chontales; parte de sus voluptuosos senos atrevidamente se asomaban por el coqueto escote.
La acompañaba por el salón un hombre relativamente joven, también blanco, alto y delgado, el cual la subió en el entarimado y la llevó hasta donde estaba el paral del micrófono de esa época, los cuales eran cuadrados, de acero inoxidable y de muy buena calidad. Luego el joven se bajó dejándola sola y fue en ese momento en que Sadia la mujer, se volvió Sadia la artista y mirándonos con sus ojos tan bellos y de una manera tan dulce, que nos obligó a todos a guardar un profundo silencio; silencio que hizo posible sobresalir de forma notable un sólo de violín que vibró nostálgico y triste, acariciándo tiernamente nuestros sentidos y las blancas paredes de aquel extraordinario salón. Y apenas, en una centésima de segundo en que se apagó el violín; Sadia, tomó suavemente el micrófono con su exquisita mano derecha y con una voz sensual, cantó cási como en un susurro:

No le digas...
A nadie el secreto
De la intimidad.
Cuando tu alma...
Solloze en las sombras
De tu adversidad.

No le cuentes...
A nadie tu vida
Ni al cielo ni al mar.
Nuestro amor...
En silencio divino
Debemos guardar.

Qué te importa...
La vida si yo
Te amo tanto.
Te amo tanto...
Y sabés que serás
Para mí.

Yo no sé...
Si lloraron tus ojos
En la soledad.
Sólo sé...
Que te adoro
Mi vida...
En la adversidad.

El violín nuevamente sobrecogió nuestras almas, luego entró el piano y después el organo. Yo no podía concebir que músicos nicaragüenses pudieran interpretar magistralmente una canción tan bella como ésta, ni que compositor alguno pudiera escribir tan bella poesía y arreglarla con una melodía tan divina y menos aún, que se pudiera interpretar de forma tan sublime. Las congas y la caricia del redoble de la batería, entraron profundo en mis sentidos. Y de nuevo Sadia:

Qué te importa...
La vida si yo
Te amo tanto.
Te amo tanto...
Y sabés que serás
Para mí.

Yo no sé...
Si lloraron tus ojos
En la soledad.
Sólo sé...
Que te adoro
Mi vida...
En la adversidad.

Adversidad...

Aún le aplaudíamos, cuando se dirigíó sonriente hacia la calle, tomada del brazo por el mismo galán que la acompañó al entrar; admirado salí a las espaciosas gradas del Club Managua y alcanzé a verla montarse en un carro negro como su traje, que arrancó velozmente hacia la montaña, sobre la avenida Roosevelt.
Terminada la fiesta, Pedro Rubén y yo caminamos sobre la acera mojada de la calle; una tenue llovizna caía aquella madrugada y una congoja se anidaba en mi alma como un gusano de seda.
Esa noche sentí que Sadia Silú había cantado sólo para mí y que con esa canción me había declarado su tierno amor. Qué tontos y qué soñadores somos los cipotes... . ¡Cuando todavía tenemos tetelque el corazón!

1 comentario:

Santiago Urbina-Guerrero dijo...

el aura de misteria y sensualidad de esta mujer es algo que siempre me ha himnotizado, amén de su voz tan unica y su sentimiento para cantar. Me encantaría poder ver una foto de ella o ver un video en el que ella salga cantando, mucho mas aun, me gustaría saber que fue de ella. Saludos desde Bruselas