—Francisco Gutiérrez Barreto *—
Surgió con pretensiones de innovadora y lo consiguió. Fue la primera discoteca en nuestro país, aunque presentaciones de numerosos grupos musicales en vivo hicieron que coqueteara con el concepto de club nocturno. No fue un sitio lujoso, pero sí pionero en tecnologías de ambientación. En el comienzo, siguió el ejemplo de clubes de llaves, pagando cada cliente un monto anual por derecho de uso. La tarjeta de miembro o identificación, mostraba la misma estampa de la tortuga en colores sicodélicos, resaltando el morado, que engalanaba el anuncio luminoso de la fachada.
Su categoría de leyenda, obedece a dos factores, que sus dueños Roberto Rappaccioli Lacayo y Gilberto Lacayo Vaglio supieron manejar. Primero, fue darle a la juventud aquella novedad de facto presente en su imaginación y de complemento, crearon en ella la complacencia sicológica de pertenecer a un nuevo movimiento mundial, acosado por acontecimientos como la guerra de Viet Nam, y el Rock and Roll en su tránsito a simple Rock, guiado por Los Beatles y otros grupos ácidos.
Con ella llegó la guitarra eléctrica y música electrónica o sicodélica a como también se llamó; los conceptos de amor libre, de amor y paz con su simbología y colores; modas rebeldes en el vestir y peinar que pasaron de unos Beatles bien vestiditos con trajes ajustados a pantalones acampanados, melenas largas, hasta cuellos de tortuga en un país tropical. No menos influyente, el movimiento hippy, y cadena de ejemplos tomados de grandes festivales musicales como Woodstock, entre ellos, LSD, marihuana y otras sustancias alucinantes.
Mucho juego de luces
Estuvo localizada en la calle del Teatro González, en la tercera calle noroeste o Momotombo por la acera norte, a dos cuadras y 75 vrs. del Teatro para el oeste. Su forma geométrica, un rectángulo casi cuadrado predominando el frente.
Al entrar, encontrábamos las mesas. A la derecha la barra bar. Al fondo a la derecha, la tarima para grupos musicales con pista para bailar hacia la izquierda, y los servicios sanitarios en éste mismo extremo. Nada especial en los pisos, eso sí muchos juegos de luces y las novedades por relatar.
Paredes pintadas en negro albergaban grandes posters de estrellas musicales del rock, que al ser iluminados por rayos o beams de luces negras (en realidad violetas), resaltaban dando impresión de suspendidos. Sobre la pista, una esfera giratoria forrada con pedazos simétricos de espejos que a velocidad constante, recibía haces luminosos de diversos colores, esparciendo sus reflejos por el salón. Un aparato de cine, proyectaba en una pantalla, continuo juego de figuras amorfas en colores sicodélicos. Pero lo máximo, las strobe lights o luces de movimientos que hacían sentir al bailarín “tayacán” de la pista, al verse retratado en secuencias a manera de instantáneas o poses sus movimientos de baile.
Varios sitios siguieron como El Vip de la Avenida Bolívar, casa de los Five Hippies, comandados por Román Cerpas y hacedores de rock pesado; el Giovanni (pronúnciese Yovani), de Giovanni Argüello; The Happening, por El Calvario con los Rockets de dueños; y a dos cuadras del Teatro Salazar, Scorpios de Paco León hijo y Oscar Martínez Campos.
Decenas de grupos surgieron, pero todos interpretando covers mexicanos, gringos e ingleses y hasta cantados en inglés. Por desgracia faltó creatividad.
Exceptuando El Tema de William Malespín y del Dr. Polidecto Correa, Anteojuda y Subiré, ningún otro, que yo recuerde, sentó cátedra o sonó en el exterior.
Esto, por supuesto, no empaña la década, el cambio social y menos borra recuerdos de aquellos, que apuran a la tercera edad. La Tortuga Morada, es historia real. * FRANCISCO GUTIÉRREZ BARRETO, es autor del libro, Ven a mi vida con amor, de venta en EL NUEVO DIARIO e HISPAMER
viernes, 4 de julio de 2008
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