miércoles, 16 de julio de 2008

Adán Castillo en la memoria de María Antonieta Siero

“Don Adán tenía el aire de un príncipe, una figura estilizada, su cabeza siempre erguida coronada por una cabellera abundante. Sus ojos penetrantes miraban a veces con severidad que se transformaba después en ternura a sus alumnos. Nunca perdió ese porte real que mantuvo hasta el final”.


Mario Fulvio Espinosa


Recuerdos de la infancia


“Yo nací en una casa que quedaba cerca de la Hormiga de Oro. Mis padres fueron Francisco José Siero y mi madre Cándida Rosa Barahona Estrada. La Hormiga de Oro era un lugar al que siempre, de niños, íbamos a saborear el sorbete llamado ‘Ladrillo’ y bananos que ponía a congelar doña Mila, la esposa de don Adolfo Muñiz, el dueño del local, quedaban tan duros que casi nos quebrábamos los dientes, pero ese era nuestro delirio.




“Don Adolfo tenía una moto y la manejaba muy despacio, por eso le decían ‘120’. Por eso le hablábamos por teléfono preguntando: ‘Buenas, ¿habla el uno dos cero?’ y él se enojaba. También cuando pasaba cerca de la pandilla de niños del barrio le contábamos en voz alta: ‘¡Uno, dos, cero!’ Y él se ponía fúrico,

“Otra novedad del barrio era la pulpería de las Herrera Flores, doña Candidita, doña Adelita y doña Luisa Emilia. Eran de Masaya y vendían de todo, pero más confites, chicles, cajetas. Después estaba el Kinder de doña Natalia Solís, de la Hormiga de Oro media abajo, donde toda la chavalada aprendió sus primeras letras.

“Más abajo estaba la esquina de doña María Núñez que hacía pastorelas durante las navidades. Ella se encargaba de hacer los vestidos de los pastores, tenía seis costureras y los trajes eran de papel crepé. Hacía unas pastorelas bellísimas que nunca más las he vuelto a ver.

“Para mayor dicha se instalaba periódicamente cerca de la Chibolería Gil el circo de Firuliche y alguien, no sé quién, organizaba el Baile de los Diablos. Debo haber tenido seis años y mi hermano siete cuando corríamos despavoridos a escondernos al ver venir aquellos hombres que nosotros mirábamos grandotes a bailar ceremoniosos sus danzas amenazantes.






La danza continúa




“Me tocó continuar la tarea de don Adán y después del terremoto abrí la academia que lleva su nombre, primero fue en Granada y después en la Colonia Mántica. A veces algunas damas me saludan y me dicen: ‘¿Se acuerda de mí?’ Yo les digo que sí, pero me es imposible recordar tantas niñas… Tantas generaciones”.





“De hecho, yo me enamoré de mi marido porque lo encontré parecido a él”, confiesa en voz baja María Antonieta Siero mientras pasa sus finos dedos sobre el álbum de fotografías en las que aparece el maestro Adán Castillo con las niñas y jovencitas que de él aprendieron a regular sus movimientos, lograr el equilibrio del cuerpo y agregar gracia a los dones que la naturaleza les había deparado.

Esas fotografías color sepia son como la leña seca que aviva el fuego del hogar de las memorias, Maria Antonieta Siero, cobijada por ese calorcillo amable, deja fluir sin prisa sus añoranzas. Recuerda que tenía cuatro años cuando su madre la tomó de la mano para llevarla a la escuela de danza de don Adán, que quedaba en el segundo piso de una casa esquinera, frente a Carlos Cardenal en la Avenida Roosevelt.

“Mi madre, Cándida Rosa Barahona, era pianista graduada en el Conservatorio de Bruselas, lógicamente era una artista y quería igual destino para mí. Claro, a los cuatro años yo no sabía nada de muchas cosas, pero fue en el ballet de don Adán donde emergieron las inquietudes artísticas que llevaba en la sangre a través de mi madre”.

¿Qué edad tenía don Adán cuando usted lo conoció?

Difícil decirlo, porque ese dato era como un mito porque él parecía haber detenido el tiempo. Unos decían que tenía sesenta, otros le daban setenta, pero él siempre aparecía joven y lozano. Recuerdo que algunas personas llegaban a conocerlo y preguntaban. “Ese joven es el nieto de don Adán Castillo? Y yo tenía que decirles que no, que era don Adán Castillo”. Cuando le contaba eso, él sólo se reía.

PIONERO DE LA DANZA CLÁSICA

¿Qué otros detalles conoce sobre la vida de don Adán?

Don Adán era granadino, sus padres fueron don Carlos Castillo y doña Anita García, estudió ballet en Francia, flamenco en España y folclor en México. Regresó a Nicaragua con grandes inquietudes artísticas, organizó su escuela y fue el pionero en la enseñanza de la danza clásica.

Él me decía que descendía de andaluces y que su abuelo era un gitano que hacía y vendía peroles. Siempre se refería a eso y le divertía mucho. “Tengo sangre de perolero”, decía.

Con relación a la edad, en el año 72 dijo que cumplía treinta años de impartir clases de baile y que había abierto su estudio en el año cuarenta y cuatro. Fue casado dos veces y de su segundo matrimonio tuvo una hija, Colombia, que vive en Estados Unidos. Un hijito de Colombia murió en el terremoto del 72.

¿De aquellos tiempos qué más recuerda?

Yo estudiaba en el Colegio La Asunción, pero al mismo tiempo acudía a las clases de ballet que es una disciplina integral, pues no sólo tiene que ver con la perfección y el equilibrio artístico del cuerpo sino que enseña a ser exquisitos seres sociales, te da educación, salud, cultura, modales, roce social y dominio del espíritu.

Don Adán era muy estricto en sus clases, incluso tenía un puntero con el que llamaba la atención en los ejercicios de barra. Era como en todas las academias clásicas, donde aprendés incluso la forma correcta de caminar. Yo diría que era don Adán un maestro de maestros.

FRATERNA CAMADERÍA

¿Cómo se llevaban entre sí las alumnas de esa academia?

En ese local no se conocía la envidia ni el egoísmo. Éramos como una familia completa, todas nos queríamos y admirábamos el arte de la compañera, la aplaudíamos y nos sentíamos contentas de sus éxitos. Esta conducta maravillosa continuó entre nosotras más allá de la academia, en la escuela de la vida.

¿Podría mencionar algunos nombres de esas jovencitas?

Claro, Mirla Goldman, Ady Cordón, Karla Pérez Alonso, Marina Re, Rosa Argentina García y Gloria María García (hermanas), Mirna Valle, María Elena Fuente, María Auxiliadora Vigil, Blanquita Chamorro, Carmen Marina Fuente, Rosmary Thompson, Luz Argentina Ampié, Arabella Delgado, Thelma Yadila Castro, Ligia Ruiz, Ninoska García, Ángeles Icaza Martínez, Gladis Valle, Janina Álvarez, Martha Linares, Ileana Martínez, Martha Castro, María Helena Fletes, Isolda Gómez César, Marlene Ibarra, Mary Lou Patiño, Adriana González, Alicia Martínez, Carmencita Flores y Mirna Mayorga…

¿Se han vuelto a reunir para recordar aquellos tiempos?

Me he visto mucho con las hermanas García, Carmencita Flores y María Auxiliadora Vigil. En todas esas reuniones recordamos con mucho amor y admiración al maestro.

Cuando terminé la primaria mis padres nos llevaron a Suiza a estudiar. Mi madre se había casado en segundas nupcias con un sueco, Erick Gentzschein, a quien yo reconocí como padre, porque tenía cuatro años cuando mi mamá se casó. Nunca dejé de escribir al maestro y él siempre contestaba mis cartas, estudié ballet también en Inglaterra y Alemania y le contaba que mis profesores me felicitaban por haber tenido un maestro como él. En las vacaciones regresaba a la escuela y ahí continuaba mis prácticas con don Adán.

LOS CHICOS DE LA PRENSA

“Antes de mi llegada a la escuela el maestro acostumbraba realizar cada año una función para dar a conocer los adelantos de sus alumnos y para brindar a la ciudadanía un momento de cultura y de esparcimiento espiritual”.

¿Recuerda las veladas de los Chicos de La Prensa?

Por tradición don Adán colaboraba en ellas, pero después del terremoto Chilo Barahona, que era mi tío, me pidió que le apoyara en la función que dedicaría a Annabella Lacayo López, la novia del gremio. Esa función la realizamos en el Teatro Rubén Darío, antes se realizaban en el Teatro González, yo participaba en ellas y la organizadora era doña Lilliam Molieri.

¿Quiénes eran los periodistas que auspiciaban esas veladas?

Entre los directivos recuerdo a don César Vivas, Agustín Fuentes, Chilo Barahona, Francisco Gurdián, Eugenio Leytón, Manolo de la Vega y Francisco Pinell. Con ellos nos reuníamos y programábamos. Para esos años post terremoto ya se habían suprimido las coplas y se hacía un espectáculo más serio en el que participaban, doña Thelma Carrillo, la primera soprano nicaragüense y su marido Agenor Duarte, gran compositor y maestro en el piano. Cabe aquí destacar que la música de esos espectáculos era interpretada por el inolvidable maestro de música Julio Max Blanco.

2 comentarios:

Sobrino-Nieto de Adán Castillo García dijo...

Ese "apinte" al que se refiere la Señora María Antonieta Siero, es un "Fuste" de caballería que mi bisabuelo Adán Castillo trajo de Europa cuando estuvo en la primera Guerra Mundial. Se lo entregó a mi tío Abuelo, Adán Castillo y este por medio de su Hermana, Olivia Castillo, mi abuela paterna lo dejó en herencia a mi padre y de éste pasó a mis manos.

Sobrino-Nieto de Adán Castillo García dijo...

"Apunte"